Irene Adler parece solo la mascarita fugaz de “Escándalo en Bohemia”, el relato de Conan Doyle, pero estamos invitados a creer que –las apariencias de la ficción son las únicas que no engañan– es la mujer más espléndida y misteriosa del mundo porque de ella se enamora Sherlock Holmes. “Bella, indiferente y distraída”, se dice, “no es necesario describirla”. Así se comporta en este sueño dirigido que es mucho más que un divertimento, un film en apariencia impostulable en el que conspiraron Osvaldo Lamborghini y Dodi Scheuer.
En un montaje que parece deberle más a la magia que a los recursos racionales, Irene Adler es la heroína más real que pueda imaginarse, mientras un mundo –otro mundo– se desmorona, con todos los artificios de la decadencia de un imperio, en esta obra increíble donde emergen por primera vez los tadeys, criaturas inquietantes. Los húsares, prefectos y gendarmes, saturados de maquillaje; los cadetes, ujieres y bedeles escurridizos; la tropa que habita las zonas sagradas del Gran Hotel-Prisión, y también las que permanecen tras los muros; los gitanos y rebeldes; las minorías étnicas perseguidas; todos ellos conforman una procesión digna de Cecil B. DeMille (una contratapa, por lo demás, resulta la emboscada perfecta para plagiar un epílogo o malograrlo, o “profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con su propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin”).
En esta puesta en escena irrisoria y genial, imprevisible e imprevista, escrita en vísperas de la última dictadura, todos los elementos se conjugan para que la intriga expectante y silenciada –el íntimo cuchillo en la garganta– desborde y contagie su fruición y su miedo, su invencible poderío y supremacía.
Editorial: La bestia equilátera